martes, 16 de septiembre de 2014

EL HOMBRE LIGHT

El hombre Light

Las dos notas peculiares son el hedonismo y el consumismo que deslizan al hombre hacia una decadencia moral. El primero es la ley del placer por encima de todo. El segundo es gastar, comprar y tener; se lo vive como una nueva experiencia de libertad. Lo importante es lo que opina la mayoría.
La permisividad es no prohibirse nada, atreverse a todo, alcanzar la muerte de los ideales. El hombre vive rebajado a nivel de objeto, dirigido por la publicidad, tiranizado frente a los estímulos deslumbrantes y artificiales; no poseer algo lo hace infeliz. Vive en una neutralidad sin compromiso, con una tolerancia hacia sí mismo ilimitada. No le preocupa la justicia ni los temas existenciales sobre la vida o la muerte; cada vez más vulnerable, se hunde en el vacío.
Es necesario cambiar el rumbo, saber que lo material no colma las aspiraciones ni llena el espíritu. Es una sociedad desorientada, desengañada, escéptica, utilitaria que va a la deriva y a un cierto galope que lo deshumaniza.
A fin del S XX y a principio del XXI existe una gran confusión, un cierto desconcierto y desorden, una inversión de valores que trae graves consecuencias; la droga, la separación de las parejas, los adictos al trabajo, al dinero, al éxito profesional. La información predomina sobre la cultura y los valores. El hombre Light tiene una curiosidad insaciable, aunque mal dirigida; quiere saber sobre todo pero meramente superficial. Siente un placer sin alegría, junto a un cinismo práctico, atrincherado en su propio individualismo; todo es negociable y todo fin justifica los medios.
Lo permisivo significa que no existen territorios vedados ni impedimento alguno, todo rodeado de una indiferencia, una insensibilidad gélida y despasionada, sin referentes ni puntos de apoyo, como una brújula que ha perdido el rumbo. El nihilismo predomina, dejando un ser pesimista que nada profundiza, con una cierta melancolía que no apunta a ninguna dirección, como no sea el consumismo y el liberalismo. El confort es la única meta.
El  hombre Light abunda en los niveles socio-económicos altos de Occidente, con una ausencia total de cultura, si exceptuamos la información. Los temas profundos se omitenEL HOMBRE LIGHT. El tema predominante es el económico; ser rico es la mayor carta de presentación.
Busca una pareja sin compromiso: la gran preocupación es el físico, el peso, estar en forma y  recurre a múltiples cirugías estéticas sin necesitarlo. Tiene como primera diversión el zapping, los jueguitos, el celular  y todos los otros artefactos electrónicos para comunicarse sin decir nada: la curiosidad saciada en revistas con muchas fotos sensacionalistas y escaso texto. Es un exceso de actividades que no conduce a ninguna parte, con una pérdida de sentido a causa de ese ritmo vertiginoso, que roza el agotamiento en un equilibrio inestable, casi acrobático; gesta un individuo desconcertado, abrumado por tanta noticia negativa, incapaz de llegar a una síntesis.
No hay lugar para las  pasiones fuertes  y sí una gran incapacidad para un amor comprometido.
Se debe regresar a los intereses perdidos; disfrutar de ciertos valores herrumbrados y desconectarse de la realidad. El saber lo consideran  para una elite pasada de moda. El hombre necesita regresar a su equilibrio, bucear el interior para alcanzar la verdadera libertad y un amor comprometido.
La vida está tejida de aciertos  y  errores; este hombre moderno no tienen tiempo ni perseverancia y, junto al fracaso, nace el desaliento de volver a intentarlo.
Madurar es sentirse íntegro, sólido, con un criterio amplio. Sin una respuesta a tantos interrogantes, se vive en una constante perplejidad. La vida no se improvisa sino que se programa.
 La felicidad es un conjunto de pequeñas ilusiones hechas realidad; el amor, el trabajo  la cultura y los valores salvarían al individuo de su decadencia pues ser Light es una fuga  de sí mismo.

Bibl. Rojas, Enrique, EL HOMBRE LIGHT ; editorial Planeta, año 1992.



domingo, 7 de septiembre de 2014

ESCRIBIR



ESCRIBIR

Se les reprocha a los argentinos no poseer una novela que los represente. Ecuador tiene la novela del indio ecuatoriano.
La Argentina fue un país de inmigrantes, que dio lugar a diferentes estratos; la oligarquía, el gaucho, el gringo rico o el pobre nostálgico de su tierra o el individuo cosmopolita, indiferente a su patria de origen,  con hijos y nietos nacidos en un país extranjero.
Todos deseaban reconocerse en una literatura gaucha, pero ni bien ponen el pie en nuestra tierra se encuentran con una mezcla de París, Londres y Madrid, New York y Nápoles.
Si al extranjero turista se le muestra Martín Fierro, lo ve como un ideal inexistente. Si recurre a Don Segundo Sombra, de Güiraldes,  afirmará que está escrito por un estanciero educado en París. Nos culpan y se desilusionan de no encontrar un gaucho auténtico.
Los escritores argentinos son literatos de Buenos Aires; una tercera parte de su población habita la ciudad (Sábato) 
El gaucho es un símbolo, no una realidad  que defrauda  a nuestros huéspedes, quienes sueñan con un modelo puro, utópico.
Los escritores de la capital tuvieron una educación  europea, varios dominaban en francés antes que su propia lengua,  educados en escuelas privadas o por institutrices, como la aristocracia antigua rusa. 
Hablan de la Pampa, sentados en un escritorio de una mansión céntrica. En sus cuentos aparece un gaucho que desconocen.
En ese entonces a los escritores plebeyos como Arlt se lo denominaba literatura popular, del grupo de Boedo, y la elitista por excelencia, encerrados en torres de marfil, se encontraban en el grupo Florida, simbolizados en los conceptos literarios con acentos metafísicos, en oposición a la literatura social que venían de vivir  duras experiencias política y sociales. No existe  en Argentina un Tolstoi ni un Dostoievski ni un Kafka. La novela es mágica, irracional. Se escribe con pasión como pintaba Van Gogh; los artistas son todos neurópatas.
El trabajo de pulir cuidadosamente el texto es similar al del minero que separa el brillante sin dañarlo, lo limpia pero protegiendo sus límites; se debe cuidar el lenguaje, modificando los párrafos, hacerlo claro, límpido. Si el tema es oscuro, el lenguaje no debe serlo; necesitará de cuidados lingüísticos: Proust es el ejemplo  mejor.
-La novela burguesa describe la realidad.
-la novela psicológica molesta muchas veces con  el Yo  protagonista.
-La novela moderna, oscura, laberíntica,  comienza con un enigma de la existencia e intenta por sobre todo ser original y comprometer al lector en seguir leyendo, de allí su vacuidad para despertar emociones.
Los seres ficticios deben ser escritos con realismo artesanal. Deben ser reales porque sólo emociona lo real. Si no tendrá el valor de un simulacro sin valor.
Los gigantes de la literatura  como Voltaire, Molière,  BAlzac,Tolstoi Dostoievski,  Shakespeare, Dickens
escriben con una difícil sencillez de estilo. Pascal, matemático y físico genial, fue un literato con negligencias.  No se ocupó de los problemas gramaticales ni del estilo. Intentaba convencer sobre sus ideas jansenistas; sus paradojas son cachetadas vigorosas en pleno rostro.
Sin embargo, su estilo fue único en pulcritud y claridad.
Modificó la forma de escribir en francés desde sus Cartas Provencales. ñ
La metáfora no es el fin de la creación, aunque sea primordial; no representa el objeto: se distancia más bien de él pero -por debajo de ella- subyace el núcleo.
Es una expresión que se enfrenta al lenguaje lógico y objetivo. Contiene una subjetividad irracional, una objetividad  irracional. 
 Para Aristóteles, S IV a.C  la metáfora era la joya literaria, el corpus en todas las lenguas, un recurso literario esencial. Los escudos, los blasones, los jeroglíficos eran metáforas. En cambio las de Proust en el S XX  son siempre realistas; describe la vejez de un modo que nos desgarra: son casi metáforas crueles.
Otros autores nos atraen por aquellas metáforas logradas pero  una obra de arte no es una simple metáfora. Sería reducir la Mona Lisa a la belleza de sus manos, olvidando la  mirada su rostro, su sonrisa enigmática,  el paisaje, la vestimenta, los colores usados, la tonalidad de un solo color predominante en el cuadro y el sfumatto, que Da Vinci inventó  haciendo de su unidad  una tela única y célebre como ninguna otra.
El buen uso de la metáfora  separa a Dante de un poeta mediocre. El Fuego de Heráclito se transformó en una metáfora universal.
Un estilo claro, sencillo, encanta; uno encuentra al ser, no al autor. Ser naturales implica una ardua labor de correcciones porque  escribir de un modo sencillo para ser comprendido por todos es un arte que exige muchas horas de pulimento. "Si el pensamiento es claro. Por qué oscurecerlo y, si es oscuro, no será más claro por medio de la retórica", Heráclito dijo.
El sentimiento es casi inexplicable con palabras. El poeta se afana por transmitir emociones, sensaciones individuales y concretas mediante las palabras.
Desde Joyce en el siglo S XX existe un deslumbramiento por el vacío ilógico y la originalidad vacua y vacía, Intentó crear un lenguaje alterando los significados, forzando al máximo la sintaxis y hasta recurriendo a  onomatopeyas. En el mundo enloquecido de la II G Mundial, las reglas arbitrarias funcionaron. Pero el lenguaje es ante todo expresión individual y comunicación. El oscuro, confuso 
 vocabulario, desde Joyce en adelante, hasta llegar al surrealismo se opuso a la razón.  Toda obra, por  más subjetiva  que sea, necesita un máximo de lógica, de racionalidad con el fin de comunicar a través de la palabra. Cuando lo logremos, podrá ser llamada lenguaje literario.

lunes, 25 de agosto de 2014

APOLO Y DAPHNE

APOLO Y DAPHNE


 Daphne era deliciosa. Una estilizada criatura, parecida a las imágenes que pintó Botticelli en el Renacimiento. Pero, según la opinión de Apolo, tenía una solo defecto; era casta, pura, inexpugnable.
Una mañana temprano, cuando todavía los ruiseñores están en los brazos de Orfeo,  Apolo se levantó decidido a poseerla.
Ella fue como siempre a bañarse en el río.  Sumergió su delicado pie en el agua; luego, paulatinamente, con garbo y brío, se deslizó dentro; hundió sus nalgas y sus pechos, estiró los brazos y toco la espuma. Rió, serena y feliz.

Apolo la espiaba con avidez. Su mirada relampagueaba; las pupilas esmeraldas estaban dilatadas por la excitación; los pies rígidos, los músculos tensos. Todo él era una fibra de carne humana en suspenso, un signo de interrogación a punto de desbordar.

Daphne salió lentamente. Sacudió su cabellera dorada; tembló su inmaculado cuerpo en contacto con el aire y gimió de placer. Girando su cuello con donaire, vio la mirada ávida del Dios del amor.
Se alejó de prisa. Corrió, como una gacela asustada, cuando vio que él la perseguía. Se deslizó ágilmente, sin tocar con sus pies la tierra y extendió los brazos al cielo en ademán de ayuda.
Júpiter no desoyó su ruego. Criatura predilecta de los dioses, no podía ser abandonada a esta triste suerte.

Cuando Apolo apoyó la mano glotonamente sobre la cintura de su juvenil víctima, ella profirió un grito de terror.
Al instante se partió el cielo en dos; un trueno sordo y profundo se oyó a lo lejos; dos relámpagos estallaron entre las nubes y, lerdamente, el cuerpo de esa pequeñita ninfa etérea se fue transformando. En los dedos de los pies le crecieron prontamente raíces; su pierna izquierda se convirtió en corteza, cubriendo con timidez la virginidad de sus pudores. Las manos se alargaron en frágiles ramas; su cabellera dorada, embellecida por el alba, fue perdiendo el brillo del oro Tiziano y adquirió la rugosidad de las hojas secas. El grito sordo, en la boca aterrorizada, se perdió para siempre.


Era la hora exquisita. Bajo los ojos de un Apolo enloquecido, Daphne se convirtió en laurel.